El aroma del café inunda la sala y se convierte en un sedante que transporta a Jenny a recorrer su ciudad natal, donde los campos huelen a verde fresco, flores y almíbar de las hojas en flor, y donde los sonidos del silencio se confunden con el trinar de las aves, sus pasos recorren su infancia en medio de pasturas brillantes bajo un cielo inmenso.
Sorbo a sorbo mira hacia el pasado, pero la voz de un niño inquieto revoloteando por la casa la vuelve a su realidad, aparca por un instante su corazón. “¿Qué haces, cariño? ¡Juego! contestó André saliendo detrás de la puerta con una sonrisa pícara y divertida. El sol ilumina su cara pintada cual payaso de circo, sus hombros dan soporte a su larga cabellera que hace juego con un chaleco miniatura que recoge sus hombros, las risas envuelven la sala como una danza de amor en medio de juegos y mimos de parte y parte, el reloj no para y la mañana se fue … “¡Mama ¿qué horas son?!” Gritó André.
Rodrigo no comprendía los gritos de su hijo y las risas de su esposa, por instantes olvidó la dura semana que llevó y la fatiga que lo embarga, solo acertó en dar gracias al señor por las risas y alegría que escuchaba en el fondo, años atrás su temor y desolación lo llevaría a luchar por su familia lejos de su patria, lejos de su otra vida que recuerda con añoranza porque allí quedó su otra familia, años duros de zozobra y violencia, en un país dispar donde la ley del más fuerte predomina, donde la desigualdad es el pan de cada día, y donde se lucha mucho por conseguir el pan de ese mismo día.
Todo esto lo logramos porque nunca nos olvidamos que por mas difíciles que fueran estos momentos volveríamos a estar juntos para afrontar retos que nos harían sentirnos grande y útiles a nuestra causa.
Abrieron los ojos y recordaron que ese era el gran día, el día de André y el de ellos, el día que estarían en familia recordando su tierra, bailando sus añoranzas y recordando su cultura. Era el día que sin comprar un tiquete viajarían por su Colombia querida, que navegarían por el mar de los siete colores al ritmo de las cumbias, que jugarían en medio de la naturaleza descubriendo las deidades de la tierra, agua, viento y fuego, que mirarían desde la orilla las redes de los pescadores al son de los tambores. Hoy era el día donde toda Colombia se reunía a rendir tributo a su alegría, donde cada uno entregaría cada gota de sudor como ofrenda a nuestra cultura y nuestro hijo estaría rodeado de su país, del amor de patria, acogido por su Colombia querida.